Nadie puede y nadie debe vivir sin amor, y sin ver esta bioserie y no solo lo digo yo, bajo la melodía de quien hoy nos convoca aquí, sino que Latinoamérica entera está hablando de El amor después del amor, la serie biográfica de Fito Páez de Netflix. Sí, más allá de todo gusto, conocimiento, crítica, desfases de tiempos, omisión, intervención o cualquier otro argumento que circule en las redes sociales. Aunque no seas fan, no te sepas todas sus canciones, no simpatices con sus ideas políticas, lo tengas de vista o su personalidad histriónica te dé un poco de cringe, ¿quién puede negarse a conocer el lado B del despegue de la carrera de uno de los músicos latinoamericanos más importantes de todos los tiempos? ¿Quién puede negarse a sumergirse por un rato en la escena del rock argentino de los 80? Irresistible.
Ni hablar de su estética cinematográfica, el vestuario –detalle que quiero reparar: se utilizaron 4.000 prendas para hacernos el viaje en el tiempo– y la escenografía –convertida en un hilo viral por Twitter con algunas de las locaciones que aparecen en la producción– delimitan y transportan a décadas que hoy valúan en la bolsa de las tendencias. Además, el reparto encabezado por Iván Hochman y la caracterización de los personajes, todo un desafío al trabajar con identidades tan reconocidas, está muy bien logrado (no voy a negar mi prejuicio ante el miedo a lo caricaturesco en la mimetización de los personajes y agradezco que haya sido evadido en casi todas las representaciones). Liderando el ranking de las 10 series más populares en Argentina de Netflix y a golpe de trendig topic, reproducciones disparadas en el Spotify del artista y miles de personas pegadas a la pantalla chica, el músico creador del disco más vendido de la historia del rock argentino, y que le dio nombre a esta serie, ilumina su historia atravesada por la tragedia constante sin escaparle al drama y poniendo en contexto su tan preciada lírica.
Déjenme limpiar aquí mi sentimiento de culpa por comenzar a ver la serie con otro prejuicio, el de endiosamiento, conocer el detalle de que el cantante argentino y su cuñado eran parte de la producción de la obra no me era insignificante. Pero no, Fito es el disparador para entender la escena del rock nacional y ahondar también en sus personajes más míticos, con la excepción de algunas ausencias que brillaron y nos hicieron falta, como Mercedes Sosa o León Gieco. Aquí no sólo conocemos parte de su vida, sino también recortes de la de su gente amiga, es decir, nada más y nada menos que Charly García, Fabiana Cantilo, Luis Alberto Spinetta, Cecilia Roth, entre otros talentos… Dicen que a Fito le llevó un año convencer a Fabiana Cantilo para que sea representada en la serie, y menos mal que lo hizo, si no no hubiésemos podido conocer el talento de Micaela Riera, quien personifica a la artista argentina de una forma muy acertada no solo en lo estético, también en el trabajo de la voz y en lo actitudinal. Se suma a las sorpresas la interpretación de Daryna Butryk en su papel de Cecilia Roth y estos dos personajes claves de la serie y la vida real de Fito Páez ponen en carne y hueso lo que el artista convirtió en hits, él no solo cantaba El amor después del amor, lo volvió su estilo de vida y quizás lo convierte en la ex pareja más querida de estas tierras.
Además, nos dan la clave de la importancia del sostén de los vínculos al caer en las Tumbas de la gloria. Así, en 8 capítulos de 40 minutos aproximadamente, la serie de Netflix abarca los primeros 30 años de su carrera, desde sus inicios en la escena musical underground de Rosario, su ciudad natal, allá por mediados de los años 70, en plena dictadura militar; los revoltosos 80 y su crecimiento como artista, con una clara y evidenciada evolución estética en el vestuario y escenarios; hasta llegar a los 90 y a su consagración popular en 1993 llenando el Estadio Vélez Sarsfield. Mientras tanto, y como si fuese poco, un ir y venir por los años 60 y 70 terminan de mostrar el detrás de bambalinas de un alma que sufre desde muy temprana edad y que transformó todo ese dolor en la banda sonora de la vida de muchas otras almas argentinas.
Se agradece también que hayan elegido correr el velo para mostrar humanamente al ídolo, incluso en su estado más vulnerable. Sus pulsiones más internas, sus traumas, sus miedos, sus desgracias, sus amores, sus caídas… Entre cospeles, casetes y walkmans –no lo voy a negar, he sido parte de la masa que ha rescatado a su empolvado y viejo amigo, el walkman– y muchos otros guiños a esos tiempos previos al cambio de siglo, no solo es un viaje a la vida del músico y a la historia del rock nacional argentino, sino también hacia la crudeza de la vida misma, que a nadie le escapa. ‘Son dos, las caras de la luna son dos’, con sus oscuridades y sus luces, con su cara A y su cara B.
A su vez, está bioserie parece de manual y en su narrativa el abuso de lugares comunes es constante. Pero es que, al final, no se los puede culpar; la vida de este artista lo tuvo todo: una infancia sin su madre y los traumas correspondientes, un padre con miedo al contexto y haciendo lo que podía entre la rigidez de su rol y la sensibilidad extrema –la verdad, no quisiera haber estado en sus zapatos y un aplauso a la interpretación de Martín ‘Campi’ Campilongo–, un abuso en su infancia, una adolescencia en plena dictadura militar, ser del interior del país, tragedias familiares non stop, consumo de estupefacientes, romances, fama, la caída y la resurrección del ídolo… ¿Qué otro condimento podría faltarle? Ninguno.
Un homenaje en vida, que no es poca cosa, que me interpela sobre qué es lo que tiene Fito Páez que no tengan, por ejemplo, Charly Garcia o Luis Alberto Spinetta. Tal vez ‘esa llave es su amor’, quizás su composición vanguardista, por ahí su sensibilidad, puede que sea su trabajo incansable… A lo mejor es todo eso, es su esencia lo que lo envuelve en un aura de vigencia inmortal. Hoy, con más de 40 años de carrera y 27 álbumes de estudio, aún lo sigue demostrando, llenando estadios, escribiendo libros, colaborando con artistas modernos como Lali Esposito o Nathy Peluso, ¡creando su propia bioserie! Instalándose en el mainstream como el artista más importante de habla hispana. Instalando en el mainstream al rock nacional argentino, recordándonos que el rock alguna vez estuvo vivo y que fue un activo motor de construcción identitaria en la cultura argentina y latinoamericana. Con las emociones a flor de piel en el último capítulo –no niego ni afirmo que le he regalado unas lágrimas a Fito– lo veo en su gran show presentando el disco homónimo, con ese traje de chaqueta y pantalón violeta, el color de la transmutación de las energías y el dolor. Pienso que él fue y es un gran canal de transmutación y espero, como muchas personas más, que haya más amor, después del amor.
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