Gilberto Ortiz, El mejor sastre del mundo.
¿Cómo surgió mi interés por el diseño y la confección de ropa? No tengo un registro o un momento claro en el que surge este interés. Mi padre decía que mi abuelo cortaba las agujas de la penca del maguey y les hacía un agujero en el centro, y de la misma puya sacaba el 'ixtle' y lo utilizaba como fibra para hacer ropa interior de manta, que usaban y siguen usando los habitantes de la zona mixteca de Oaxaca, señala pensativo Gilberto Ortiz, el sastre mexicano que confecciona la ropa de artistas, politicos y empresarios alrededor del mundo.
La sastrería es uno de los oficios más apreciados en distintas partes del mundo debido a la dedicación, esmero y arduo trabajo que implica diseñar y elaborar una amplia variedad de prendas que se ajusten a las medidas que requiere cada persona. Comúnmente, se piensa que los mejores sastres del mundo sólo brindan sus servicios para las mejores casas de moda europeas, sin embargo, uno de los mejores sastres del mundo es de nacionalidad mexicana.
Originario de Oaxaca. A los doce años llegó descalzo a la Ciudad de México (1965). Hoy es considerado el mejor sastre del mundo, ya que ha vestido desde celebridades hasta presidentes y se codea con el sastre personal de la reina Elizabeth II de Inglaterra. Es Gilberto Ortiz Osorio. Cuenta que bajando del autobús en San Lázaro caminó hasta el Zócalo. En las calles aledañas a Palacio Nacional encontró los talleres de sastrería y joyería. “Me corrían porque daba mal aspecto, descalzo y con mi bolsita. Me corrían de un lado y me iba a otro”, recuerda.
En uno de esos locales vio algo que cambiaría su vida. “Vi a un señor muy alto, barbado, de ojos azules y con una personalidad que me asombro. Estaba bien vestido, cortando, trazando. Me le quedé viendo, estaba yo tan concentrado que empecé a soñar, me imaginé que era yo”, relata mientras la emoción del recuerdo se refleja en su mirada. El maestro era José Schroeder, un sastre alemán que radicaba en México (confeccionó algunos de los trajes de Adolfo Hitler). Schroeder lo invitó a pasar y al poco tiempo le ofreció trabajo de asistente. Gilberto empezó limpiando el taller, lavando los baños y haciendo recados, pero pronto se ganó el puesto aprendiz de sastre.
“Todo lo que sé, lo aprendí de José Schroeder. Recuerdo que en alguna ocasión él se acercó a mí para preguntarme si quería trabajar como ayudante en su sastrería. Yo acepté sin tener conocimientos en confección de ropa. Él me eligió a mí porque todos los días me posaba afuera de su sastrería, debido a que me fascinaba ver cómo cortaban y medían las telas en dicho taller”, indica. Estudió un año y medio para hacer pantalones, faldas, vestidos. Otro año y medio para especializarse en hacer sacos. Y tres años más diseño y corte. “Uno empieza aprendiendo a hacer pantalones, chalecos, composturas y sacos, de ahí depende en qué te quieras especializar; yo me especialicé en la hechura de sacos”, afirma.
Con Schroeder vistió a personalidades como La Doña, María Félix. Gilberto recuerda que la Doña no se dejaba tomar medidas más que por diseñadores franceses, pero él la convenció y pronto ella le agarró un cariño especial, tanto que también fue el sastre de Enrique Álvarez Félix, hijo único de la actriz. “Conocí a María Félix, quien en una ocasión me dijo: 'Mire Gilberto, yo mando a hacer mi ropa a Francia e Italia, y el único que me toma medidas es Christian Dior', La doña era una verdadera diva, un personaje muy exigente", destaca. “Gilberto, ya no vas a trabajar aquí”, le dijo un día Schroeder. Después de seis años, Ortiz tuvo que dejar la primera sastrería que le abrió las puertas. Aunque él estaba triste y confundido, su maestro le dijo: “Tienes que ir a buscar tu destino y cuando me vengas a visitarme, quiero oir buenas noticias”.
Los clientes de Schroeder lo desconocieron, ya nadie quería trabajar con él. Con el poco dinero que tenía ahorrado, se compró una máquina e hizo su primer sacó. Le pagaron tan bien que le alcanzó para comprarse más material. Se dedicó durante tres meses a hacer sacos. Después, se cruzó en su vida la segunda persona que cambió su destino: Edmundo Calanchini, un empresario italiano que le abrió los ojos a todos los sastres mexicanos, le enseñó a cobrar, a trabajar, a valorar su trabajo y su tiempo.
Su siguiente gran oportunidad llegó con Alberto Poo Collado, de nacionalidad española, que le abrió la posibilidad de acceder a clientes muy importantes de clase alta, en donde los famosos y los empresarios se volverían sus asiduos compradores. Se hizo cargo de las tres boutiques de Alberto. En 1990, abrió su primera sastrería en San Ángel, luego se cambió a la zona rosa y empezó a tener grandes clientes como: Joaquín López Dóriga, Juan Gabriel, Rodolfo de Anda, David Reynoso, Juan Torres, Cuco Sánchez, entre otros.
“A Juan Gabriel no le gustaba que le tomaran medidas. Yo le explicaba a sus asistentes que yo no podía trabajar así para hacer sus prendas, que necesitaba medirlo. El cantante accedió y lo primero que me dijo entre bromas fue: "¿Y usted quién se cree, por qué me pone tantos pretextos para hacer mi ropa?". Ambos reímos. A partir de ahí nos hicimos grandes amigos. El propio Juan Gabriel me sugirió crear una nueva marca de ropa llamada Gioros, la abreviatura de mi nombre, Gilberto Ortiz Osorio”, rememora.
En 2010, la marca de telas inglesa Scabal hizo un concurso de sastrería. Participaron sastres de 52 países, de México 11 sastres. Gilberto, se inspiró en Benito Juárez, hizo un traje cruzado de 6 botones con camisa, le grabó sus iniciales, y todo fue bordado a mano. No hubo un ganador, sino tres. Gilberto Ortiz, Richard Anderson el sastre personal de la reina Elizabeth de Inglaterra, y el sastre italiano Corneliani, reconocido por su legado en la confección de trajes. “El 4 de abril de 2011 veo un correo de Inglaterra donde me declaraban uno de los tres mejores sastres del mundo. Ya mero me daba un infarto, me dio una locura de felicidad”, declara entre risas.
Lo invitaron a recibir el premio en Londres, a Savile Row la calle de la sastrería exclusiva inglesa. Ahí conoció a Richard Anderson y platicaron sobre el problema que hay a nivel mundial en la sastrería. “Le platiqué que tenía yo un proyecto para enseñar sastrería. Le dejé el proyecto por escrito. Él se lo enseñó a la reina y sí lo hicieron. Ya salieron los primeros jóvenes ingleses como saqueros, pantaloneros y compostureros”, dice orgulloso.
Por más de 20 años, Gilberto Ortiz dio servicio en una boutique ubicada en el número 209 de la calle Londres, pero el negocio le fue arrebatado luego de que el dueño muriera. Esa serie de circunstancias lo llevaron a enfermarse del corazón: se le tapó una válvula y dos arterias, lo operaron a corazón abierto. Después de su recuperación, Gilberto regresó a laborar en lo que más ama: la sastrería. Solo que ahora atiende a domicilio y se prepara para tener un regreso que considera será todo un reto, crecer y relanzar su marca, con el apoyo invaluable de su equipo y de sus hijos.
Su trabajo: Su traje más barato cuesta 60 mil pesos, ya que importa las telas de Londres. Su traje más caro, para compradores extranjeros, puede llegar a costar 31 mil euros. Un traje como éste, puede tener entre 50 y 75 mil puntadas. Las creaciones de Ortiz tienen una garantía de ocho años, pero él dice que dependiendo de los cuidados pueden durar más de una década. Tarda en hacer un traje entre 80 y 85 horas. A lo largo de los años Gilberto ha vestido hasta presidentes de México, aunque se reserva los nombres pues asegura que “todo con mis clientes es confidencial”.
Gilberto dice que las verdaderas sastrerías, diseñan, crean y hacen trajes. No componen botones o arreglan bastillas, como últimamente se ve. “Una sastrería debe componerse de: Composturero, Pantalonero, Chalequero, Faldero, Modisto y Maestro saquero, que es la especialidad más larga. Entre todos ellos elaboran los trajes y las prendas”, expone. Hoy Gilberto transmite a sus hijos el arte de la sastrería con la excelencia que le caracteriza. “Me gusta practicar la perfección. Mi papá me metió la idea de que tenía que ser el mejor, eso nunca se me va a olvidar. En todas las cosas que hago soy muy exigente conmigo mismo, me gusta la perfección”, finaliza convencido.
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