Despertó el pueblo. La crisis social acentuada por la carestía de alimentos y medicinas en plena escalada de la pandemia coloca al régimen cubano en una situación poco menos que insólita. Desde el maleconazo de 1994 no se llenaban de manifestantes las calles de muchas ciudades de la isla y no recurrían el Gobierno y el Partido Comunista de Cuba (PCC) a proclamas tan escasamente pacificadoras como las hechas por el presidente Miguel Díaz-Canel, entre ellas esta: “La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios”. Tampoco en 27 años se había visto a tantos jóvenes implicados en la protesta ni se había dado la vuelta de viva voz a la consigna castrista “Patria o muerte”, convertida estos ultimos dias en “Patria y vida”. Desde el periodo especial que siguió al desmoronamiento de la Unión Soviética no se percibía un clima de agotamiento colectivo del tenor del que ha desencadenado la crisis en curso. No es únicamente que falte de todo, sino que el desarrollo del sector privado se ha estancado, ha retrocedido, y que las últimas generaciones perciben la repetida mitología revolucionaria como algo sobrevenido, del pasado, ajeno a sus anhelos primordiales, al conocimiento de otros entornos sociales a los que tienen acceso a través de internet. Es muy posible que en el desarrollo de los acontecimientos en Cuba algo haya de utilización del descontento social por parte de terceros, pero tal maniobra no sería factible si no se dieran los requisitos mínimos para enardecer la calle. Y es un caso de ceguera política manifiesta la decisión de la dirigencia gubernamental de alentar la confrontación, que es tanto como decir de ahondar en la fractura entre los partidarios y los contrarios a seguir instalados en un modelo que, se mire por donde se mire, es inservible para cimentar en él el futuro. Que sea el renacer de Cuba.
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